IDD-Lat 2006 |
Tecnopopulismo o desarrollo democrático, el desafÃo |
"Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos.", Simón Bolivar "¿Cómo esperan que funcione un sistema de partido único en un país con más de 246 diferentes clases de queso?" Charles de Gaulle 3.1 Tecnopopulismo o desarrollo democrático, esa es la cuestión en América Latina
Cada año, en la edición del IDD-Lat nos planteamos tratar en profundidad algún tema de los que, a nuestro criterio, dominan la agenda democrática regional. Sin embargo, somos conscientes que nuestro informe está orientado, inevitablemente, a los sectores de elite del pensamiento, de la política y de la comunicación social latinoamericana, ya que resulta imposible -con un trabajo de esta naturaleza- acceder al gran público, a ese conjunto social heterogéneo que, por acción o inacción, termina modelando la realidad democrática de cada uno de los países. El tema que presentamos en esta edición del IDD-Lat es la evidente tensión que aparece entre “populismo” y “desarrollo democrático”, y con la intención de “provocar” desde el espacio de las ideas, sostenemos que en realidad existe una fuerte contradicción entre populismo y desarrollo democrático. Con esto, es nuestro interés contribuir al análisis y la acción de las mencionadas elites (formadas por quienes mejores condiciones tienen para pensar y actuar), que pueden convertir estas ideas en energía transformadora de la vida democrática regional, empapada hoy de lo que denominamos videopopulismos. Consideramos que además de observar, analizar y descubrir, hay que comunicar contundentemente el conocimiento elaborado; con esta pretensión nos permitimos analizar la contradicción entre populismo y desarrollo democrático; esperando también alertar sobre los riesgos que la nueva ola populista en marcha, representa para las sociedades de la región. Decimos esto con el mismo propósito que Sartori (1997) expresara en el prefacio de la segunda edición italiana de su Homo Videns: “tal vez exagero un poco, pero es porque la mía quiere ser una profecía que se autodestruye, lo suficientemente pesimista como para asustar e inducir a la cautela”. Este autor y esta obra -premonitoriamente para la realidad latinoamericana- abrieron un camino de “provocación” y “pensamiento para la acción” que nosotros transitamos y auspiciamos transiten los actores relevantes del sistema democrático. Una de las claras dificultades de las sociedades latinoamericanas -aunque las generalizaciones conlleven inevitablemente una alta cuota de injusticia- reside en la actitud de los actores relevantes del sistema democrático, que han operado siempre en los procesos de cambio de régimen (de democracia a dictadura y viceversa) guiados más por sus propias conveniencias e intereses, que por una profunda convicción respecto de las bondades de la democracia como el sistema más eficiente de mediación y concertación de intereses sociales, políticos y económicos. Es por ello que consideramos que son estos actores quienes tienen la responsabilidad primaria de pensar, analizar y conducir aquellos procesos políticos que consideren a la democracia como instrumento de desarrollo de los pueblos y no la de sostener –como sucede frecuentemente- procesos que sólo tienden a minarla o debilitarla. Sartori (1997) basa su análisis en el impacto de la televisión en la sociedad contemporánea y sus efectos sobre la política, planteando un escenario apocalíptico en términos democráticos. Pareciera que muchos líderes latinoamericanos han visto, en ese escenario una verdadera oportunidad para el desarrollo de lo que podríamos denominar tecnopopulismo, o sea la utilización intensiva de tecnologías de la comunicación para el desarrollo de los procesos populistas. El concepto tecnopopulismo ha sido utilizado por Arthur Lipow y Patrick Seyd (1995) para definir que la próxima etapa de la democracia, desde el sistema de partidos, derivará en lo que llaman el tecnopopulismo, al que definen como el reemplazo de los mecanismos actuales de participación política e inclusive físicos de la democracia formal (como la boleta electoral, la urna, el Parlamento etc.), por otros de carácter directo sustentados en la tecnología, fundamentalmente los medios electrónicos, y centrados en un líder (carismático o no) con un pueblo que acompaña… pero a la distancia. Esos autores, al igual que Hagen (1997) y Bellamy & Taylor (1998) y otros académicos, postulan el fin de los partidos como son conocidos hasta hoy, y suponen que las nuevas formas de organización política desembocarán inevitablemente en la teledemocracia, utilizando desde las encuestas de opinión hasta la iniciativa ciudadana y el referéndum, como sustituto o complemento de los parlamentos y las organizaciones de masas. Numerosos países de América Latina, ante la opción de consolidar sus instituciones democráticas, sus organizaciones y su calidad ciudadana han elegido, en cambio, el camino más fácil -pero no necesariamente adecuado- de generar fuertes liderazgos políticos. Los líderes, a su vez, lejos de elegir caminos democráticos de fortalecimiento institucional, escogen métodos de construcción política muy relacionados con lo que los académicos visualizan como tecnopopulismo, mediante el contacto directo con las masas y la utilización de los medios (la tecnología), lo que si bien no es novedoso en la política, si lo es en cuanto a la intensidad de su utilización y a la despareja competencia en el acceso a esos medios entre el Estado y los otros actores de la sociedad. Como sostiene el Instituto Internacional de Gobernabilidad de Cataluña (2006), “hay populistas de derecha -Uribe- y de izquierdas -Evo, Castro o López Obrador-; hay populistas que han declarado no ser de derechas ni de izquierdas -Ollanta Humala- y los hay que se sienten incómodos con estas clasificaciones traídas de la Revolución francesa -Chávez-; hay presidentes que unas veces son clasificados como populistas y otras como de izquierda reformista -Kirchner-”. Lo que tienen en común todos estos líderes políticos es la utilización más o menos intensiva –según el caso- de las herramientas del tecnopopulismo. Lo paradójico y llamativo es que buena parte del discurso de este nuevo liderazgo está basado en el viejo discurso de las dictaduras militares, que minimiza el valor de la democracia y sus instituciones, procura instalar un clamor que la declara obsoleta, estimula la convicción de que política es una empresa sucia y fuera de uso, y promueve una falsa fragmentación de las sociedades imponiendo una agenda de “conflicto permanente” que obliga a una toma de posiciones violenta que evita los acuerdos políticos y sociales. Todo envuelto en el envase de una nueva democracia, cuyas características nadie conoce, pero que se presenta como el motor de una etapa superadora. El tecnopopulismo se basa en una supuesta nueva democracia sin política, que en realidad va en busca de la política del unicato, sin oposición y sin instituciones, y se basa en la manipulación del sistema democrático para destruir su esencia, mediante el uso intensivo de la tecnología y los medios de comunicación social. Este tecnopopulismo es lo que creemos se contrapone al ideario del desarrollo democrático, porque ese modelo de nueva democracia sin política, constituye la antítesis del ideario de la democracia y del desarrollo de los pueblos. Seguramente por aquello que sostenía Albert Camus de que la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas, el tecnopopulismo erige su polo de poder con el inestimable concurso de buena parte de la dirigencia política, que evidencia su falta de formación, creatividad, nobleza y moralidad. Esa dirigencia política que como dijimos en ediciones anteriores, reitera hasta el hartazgo comportamientos ajenos a la transparencia, la libertad y el compromiso social que requiere el buen ejercicio democrático. El tecnopopulismo requiere de una dirigencia más proclive al marketing político que a la búsqueda de soluciones, que queda prisionera de esa nueva subcultura del periodismo especializado que convierte toda información relevante en un hecho escandaloso, que colabora directa o indirectamente con la anomia generalizada. El tecnopopulismo somete al aparato estatal, a los dirigentes político-sociales y a las redes de clientelismo político para ponerlos al servicio del régimen, estableciendo nuevos y rígidos patrones que regularán el comportamiento social y estableciendo una relación de dominación con los actores del sistema democrático que torna incompatible su funcionamiento con los principios que deben regular los derechos políticos y las libertades civiles. El régimen establece, de esta forma, dos relaciones básicas con los sectores sociales: a) la confrontación sin límites con aquellos que se oponen a su funcionamiento o entorpecen el cumplimiento de sus objetivos; y b) una relación de cooperación-sometimiento con los sectores sociales que adhieren o toleran al régimen mediante dos instrumentos clásicos de la caracterización política weberiana: el clientelismo para los sectores sociales marginales, que reciben a cambio de su apoyo incondicional las dádivas del régimen, y el prebendalismo para los socios del régimen, que son quienes apoyan o cooperan con el proyecto político dominante, generalmente desde sectores sociales medios y altos, a cambio de la asignación de los favores del poder. Por otra parte, el adormecimiento cívico, que es particularmente grave en los sectores medios de la sociedad, facilita la desagregación, la atomización y el aislamiento del ciudadano, que vuelve a un estado primitivo antipolítico y antisocial y que solo puede ser convocado y conducido por el poder que se detenta sin pudor desde los medios que el estado provee. Esa fragmentación contradice y avasalla la idea comunitaria y solo busca la expresión individualista y personal en desmedro de todo espacio social, comunitario y democrático.
3.2 La libertad de pensar Lo que Giovanni Sartori asociaba en los ‘90s al video y a su impacto en la política, lo adjudicamos aquí más genéricamente a las tecnologías de comunicación, de las que, por supuesto, la imagen y el video forman parte esencial. Sartori (1997) sostiene que el video nos ciega en lo conceptual y por ello nos atrofia, y no duda a la hora de señalar los centros responsables de esta ceguera teledirigida: padres, educadores, universidad, periodistas, medios de comunicación, formadores de periodistas y empresas de comunicación, principalmente. Nosotros recuperamos el pensamiento de Sartori para analizar el enorme impacto social de la aplicación intensiva del bombardeo mediático sobre el ser humano, que ha actuado preparando el terreno para la irrupción de los procesos políticos que hoy nos preocupan. Concha Mateos Martín (2002) analiza ese daño rescatando el concepto de homo videns de Sartori al decir “el hombre que maneja conceptos es capaz de pensar y el hombre que es capaz de pensar, es capaz de gestionar la realidad sociopolítica. Por eso, su alarma es tan sonora: el hombre que se alimenta de telever (el Homo videns) deja de pensar bien. Sólo tenemos que conectar los enunciados de las dos últimas frases y salta sola la chispa que alumbra el empobrecimiento”. Sartori (1997) advierte que la racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución, y divide la información que se está ofreciendo por la televisión en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán de buscar siempre lo novedoso y excitante. El resultado, asegura, es una aldeanización de la televisión. Se crea, de este modo, una "multitud solitaria", una "soledad electrónica", dirigida por los que tienen el poder televisivo. Se anula el valor del medio como instrumento democrático. La sociedad deriva entonces hacia una era de "post-pensamiento", de pérdida de la capacidad de pensar. Para Sartori es una situación comparable a la Baja Edad Media, de la que, vaticina, será muy costoso retornar. En el marco, de esta sociedad del homo videns, los políticos centrados en un programa desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica. Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia. El poder de la comunicación se convierte entonces en el centro de todos los procesos de la política contemporánea por su capacidad de orientar la opinión. La televisión condiciona el proceso electoral, tanto en la elección de los candidatos, como en el modo en que transcurre el proceso electoral, y en las posibilidades de participar de cualquier tipo de contienda política. Los procesos electorales se convierten en un duelo de imágenes, de sonrisas forzadas, de candidatos a quienes preocupa más parecer buenos políticos que serlo. Para Sartori la videopolítica, en una falaz interpretación de la realidad, daña la credibilidad de la democracia. Lo hace en muchos casos con la complicidad de los medios, el gobierno de los sondeos y los referendos y la demagogia del directismo, que atribuyen los problemas a los políticos y la solución a la gente. El concepto de organización social que presupone el funcionamiento de la democracia requiere un adecuado nivel de complejidad institucional, que se construye con la participación de los ciudadanos para que la sociedad sea la propia garante de los límites en el ejercicio del poder del Estado. De allí que la libertad de pensar y un nivel de conciencia mínimo de los actos de cada ciudadano, la responsabilidad y reflexión respecto del propio interés y situación, son requisitos del funcionamiento de una sociedad democrática. La educación y la cultura son los vehículos acumulativos para el desarrollo de este poder de la ciudadanía. Es por eso que Sartori (1988) sostiene que la libertad política constituye el basamento para que se articulen las otras libertades.
3.3 Populismo y Neopopulismo Si bien no es nuestra intención desarrollar aquí un tratado académico acerca del fenómeno populista, es necesario precisar a qué nos referimos cuando caracterizamos de esta forma a los modelos políticos imperantes en algunos de los países de la región, e intentar una aproximación a las causas principales de esta vigorosa reaparición en la actualidad regional. Las múltiples facetas del populismo facilitaron un uso amplio del término ya que ahora se usa para describir fenómenos esencialmente disímiles como ideologías, movimientos y partidos políticos, fases de desarrollo económico, políticas económicas, líderes, coaliciones, gobiernos y regímenes políticos. Este “estiramiento” del concepto vino inevitablemente de la mano de una pérdida en su poder explicativo: al pretender explicar todo, el populismo terminaba explicando nada. Como refiere Lodola (2004), hacia finales de la década de 1980 y comienzos de 1990, un punto de vista ampliamente compartido por la comunidad de cientistas políticos proclamaba la muerte y entierro definitivo del ciclo populista latinoamericano ( Adelman, 1994; Drake, 1982, 1991; Kaufman - Stallings, 1991; Wirth, 1982). Sin embargo, pocos años después, la realidad demostraba que el réquiem del populismo había sido prematuro y que su agonía resultaba ser mucho más larga de lo que inicialmente se esperaba. Estos y otros autores consideraban durante los 90’s, que ya no era factible definir como populismos a los procesos políticos caracterizados por un fuerte liderazgo personalista, porque simplemente había desaparecido la posibilidad de construir entidades políticas relativamente homogéneas y contrapuestas (pueblo y oligarquía) que facilitaran la acción de un líder que pudiera establecer su poder político en base a una contradicción esencial de intereses entre los sectores en pugna. La fragmentación y sectorialización de las sociedades hacían presumir que resultaba imposible hablar de un “sujeto social relevante” manipulable por los recursos del Estado y el magnetismo de un líder. Sin embargo, la empeñosa realidad latinoamericana logró rápidamente superar aquellas disquisiciones académicas mediante la irrupción en el escenario regional de diversos regímenes emparentados profundamente con el populismo que ya se había conocido en la región. Como también señala Lodola (2004), un importante número de académicos había reformulado en los últimos diez años el concepto de populismo enfatizando su carácter intrínsecamente político y propuso divorciarlo de cualquier tipo particular de política económica o estadio en el modelo de desarrollo. El neopopulismo había emergido en América Latina. En clara oposición a la visión convencional, esta reinterpretación del fenómeno populista sostiene que el populismo político y el neoliberalismo económico ya no eran fenómenos antitéticos. En los 90’s el populismo no está determinado por una combinación de fuerzas exógenas (estructurales y culturales), sino que es una forma de movilización y organización política suficientemente maleable como para adaptarse a las cambiantes oportunidades y restricciones del contexto que enfrenta. Esto no significa, por supuesto, que el populismo no tenga raíces estructurales y culturales. La marginalidad, las herencias históricas, los símbolos y la retórica, por citar sólo algunos factores, juegan un rol importante en las percepciones individuales y en la relación entre el líder y los liderados. Aunque importantes, estos factores no son una condición necesaria ni suficiente del aparentemente recurrente patrón populista en América Latina. La teoría neopopulista propone divorciar el concepto de populismo de toda connotación no política. En consecuencia, lo que esta lectura entiende por populismo no se relaciona con una etapa histórica, política económica, o ideología particular. Populismo denota, en cambio, un estilo o estrategia política (Knight, 1998; Weyland, 1996). Este “estilo estratégico” implica un contacto directo, cercano e incluso personalizado entre el líder y un heterogéneo mundo de seguidores (fundamentalmente, los excluidos de los beneficios materiales del modelo de desarrollo económico vigente) dispuestos a ser movilizados. Específicamente, el populismo entendido como un estilo estratégico o como una forma de hacer política, posee los siguientes cinco atributos definitorios (Roberts, 1995): 1. un patrón de liderazgo político personalizado y paternalista (no necesariamente carismático); 2. una coalición de apoyo multiclasista basada en los sectores populares, sean éstos urbanos (sindicalizados o informales) o rurales; 3. una forma de movilización política vertical (es decir, de “arriba - abajo”) que sortea o subordina mecanismos convencionales de mediación política ; 4. una ideología ecléctica y anti-establishment; 5. un uso sistemático y expandido de métodos redistributivos y clientelares como instrumento político para generar apoyo entre los sectores populares. Es importante considerar también, que a la legitimidad social que las comunidades otorgan a los procesos populistas, se añade la visión académica de quienes, basados en los errores, las imperfecciones y mayoritariamente en la corrupción imperante en los sistemas políticos, llegan a justificar la existencia de los populismos en América Latina, ante la impotencia demostrada por la democracia republicana. Por ejemplo, el cientista político Ernesto Laclau (2005), considera al populismo como una garantía para la democracia, desde la lógica social, y lo define como “un modo de construir lo político mediante la articulación de demandas dispersas. Mediante su identificación con el líder, las masas buscan lanzarse a la arena histórica, evitando dejar al sistema político en manos de élites que reemplazan la voluntad popular.” “Lejos de constituir un obstáculo para la democracia, el populismo la garantiza en tanto evita que se reduzca a un plano meramente tecnocrático o administrativo. En definitiva, la tensión entre la protesta social y su integración en las instituciones es exactamente lo que llamamos democracia”; el populismo es, simplemente, un modo de construir lo político, concluye Laclau. Otra mirada positiva hacia el populismo, es la sostenida por Larry Gambone (2003), quien advierte –sin embargo- sobre aquellos que en nombre del populismo buscan la concentración del poder en manos del estado y del líder, ya que “el movimiento populista enfatiza la descentralización en favor de la democracia directa, aunque la intensidad del énfasis puede variar. Un populismo que solo ataque a las grandes corporaciones y sin embargo no se meta con el Estado sería un populismo a medio hacer, mas cercano a la social-democracia. El núcleo del populismo es una actitud critica hacia el Estado, que viene perfectamente expresado en el viejo slogan revivido por la Nueva Izquierda de los años sesenta: "Power to the People!". Un elemento central en la ideología del populismo es la insistencia en que existe un trama de concentración de poder político y económico...y el objetivo sería una amplia distribución hacia abajo de ese poder, hacia el "pueblo". Esta es una mirada “casi romántica” si lo que se analiza son de las relaciones de poder y la organización institucional de América Latina. Nosotros consideramos que de ninguna manera debe soslayarse cuáles son los mecanismos rectores del funcionamiento social, político y económico. Más allá de toda teorización, la historia demuestra que las sociedades han crecido y han acumulado capacidad de enfrentar y sortear obstáculos, funcionado siempre sobre la base de instituciones; vistas éstas como estructuras y mecanismos de cooperación que organizan el comportamiento social y producen un “aprendizaje histórico” que se va convirtiendo en un capital social acumulable. Si, por el contrario, falla la institucionalidad, los sistemas no resisten, las sociedades se hacen más vulnerables, las crisis se hacen recurrentes e inevitablemente sobrevienen problemas de legitimidad y finalmente el caos social, que tantas veces ha pincelado la geografía latinoamericana.
3.4 Las causas de la emergencia del populismo y del tecnopopulismo en América Latina La reaparición variada y múltiple de los procesos populistas en nuestra región en los últimos años no es, sin embargo, un proceso aislado de lo que sucede en el resto del mundo. Sin embargo, la violencia desorganizada y extendida, el desgaste institucional, la apatía y atomización ciudadanas y la tendencia de nuestras sociedades a profundizar la desigualdad antes que a revertirlas, son condimentos particulares de la realidad regional. Coincidimos con la interesante enumeración de causas para la irrupción del neopopulismo que sintetiza Martin Traine (2004), Coordinador del Centro de Estudios sobre España, Portugal y América Latina de la Universidad de Colonia, Alemania: i) La mundialización. El neopopulismo es espejo de la globalización. Frente al vaciamiento político del Estado, es una iniciativa que intenta recomponer un sentido de unidad política. Como impulso y como protección. La cuota de perversión que implica el gesto neopopulista es tan normal como su reflejo defensivo. ii) La caída de las ideologías. Los neopopulismos se presentan como intentos, con diverso grado de astucia, por recomponer lenguajes entre dirigentes y dirigidos. La inexistencia de ejes de confrontación (izquierda-derecha o liberal-conservador) hace del discurso neopopulista un malabarismo maravilloso: política antipolítica, comunidad anticolectiva, paternalismo sin hijos. Todo es lucha contra la corrupción y por la seguridad individual en nombre de todos y para todos. iii) El narcisismo experto. Esta exaltación del individuo –seguramente exagerada en las investigaciones sobre postmaterialismo–, junto a ese desprecio por la política, han traído a los nuevos think tanks. Es probable que la instrumentalización del saber no haya sido nunca muy distinta en la historia; la función de los intelectuales dentro del sistema político actual se asemeja cada vez más a la condena de Narciso. A ellas se suman, en nuestro criterio con igual relevancia: iv) Los procesos de reforma económica. En buena parte de los países de la región durante las dos últimas décadas se desarrollaron, con diferentes velocidades y características, procesos de reforma económica, que tuvieron importantes consecuencias políticas y sociales. Se intentó reemplazar un Estado asistencialista -que había articulado intereses corporativamente- por un Estado que se desvinculó masivamente de su rol de mediador y perdió su carácter asistencialista, librando a los individuos y a los grupos sociales a la suerte del mercado, a una masiva precariedad laboral y a una profundización de las tendencias individualistas y fragmentarias existentes en la cultura regional. v) Un imaginario social de insatisfacción. La mayoría de las sociedades latinoamericanas vive bajo el agobio de un imaginario social de insatisfacción, originado en una lectura de su historia propia que tiene como centro la victimización de las mayorías, que se sienten así sometidas a un designio superior de injusticia tanto en su presente como en la visión que guardan del pasado. De allí que buena parte de los sectores sociales viven en estado de “espera de la redención”, que es el terreno más fértil para la aparición de un mesías salvador. vi) Atomización social. La desagregación, la atomización y el aislamiento del ciudadano, que vuelve a un estado primitivo antipolítico y antisocial y que solo puede ser convocado y conducido por el poder que se detenta sin pudor desde los medios que el Estado provee. vii) El desencanto con el poder político. Esa perniciosa doble vía de apatía ciudadana y un sistema político autista –centrado en sus propios intereses- y distante del ciudadano y de la sociedad y de sus problemas concretos. viii) La crónica debilidad institucional. La acumulación de problemas sociales, políticos y económicos sin resolver y el permanente avasallamiento institucional de quienes detentan el poder, quita legitimidad a las instituciones y las deja indefensas al avance destructor de los procesos populistas. Como destaca Roberts (1995), el populismo “es una tendencia perpetua en los países en donde las instituciones políticas son crónicamente débiles, pero además tiene mayores posibilidades de concretarse cuando hay crisis o transformaciones sociales” ix) El impacto de las nuevas tecnologías. Que facilitan el sometimiento del aparato estatal, de los dirigentes político-sociales y de las redes de clientelismo político mediante la imposición de una “agenda única” impuesta desde el poder del Estado, con un régimen de “premios y castigos” administrado despóticamente por quien ejerce el liderazgo. Este uso y abuso de este “tecnopoder” culmina en la eliminación de la oposición política y en el avasallamiento institucional.
3.5 Populismo e Instituciones Centrando nuestra mirada en la promoción del desarrollo democrático regional, optamos por tomar un camino práctico a la hora de definir el populismo que vive hoy América Latina. Definimos a los procesos populistas como aquellos que, basados en un fuerte liderazgo personalista, irrumpen para avasallar y/o vulnerar las capacidades democráticas arraigadas en las instituciones y en los ciudadanos, anteponiendo un supuesto interés superior (generalmente loable y atendible). Decíamos hace algunos años, en nuestro primer informe de desarrollo democrático regional, rescatando los valores y la capacidad propia de desarrollo regional que “la gran cuestión no es la de importar nuevas instituciones, sino la de hacer evolucionar las propias hacia sistemas institucionales renovados que incentiven la eficiencia política y económica y la equidad social, conforme a parámetros valorativos nacionales propios”. Muchos países avanzan por ese camino, no exento de tropiezos, pero es indudable que, en términos generales, los sistemas políticos no han sido eficaces en su cometido y allí posiblemente radique la causa principal de la reaparición del fenómeno populista. Pero más allá de las falencias y omisiones de los sistemas políticos nacionales, es importante destacar en este punto que nada hay más importante para un líder populista que arrasar con las capacidades institucionales instaladas, porque ellas –inevitablemente- constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo del proceso político populista. Un informe de IDEA (2005) expresa muy elocuentemente a los populismos latinoamericanos: “Una característica saliente de los populismos es su ambigua relación con la democracia representativa y la naturaleza fuertemente personal y discrecional del liderazgo populista. Los populistas nunca han considerado que el pueblo se exprese ni exclusiva ni principalmente a través de las elecciones ni que el poder popular se ejerza tan sólo a través de las instituciones. Los populistas manejan una ambigüedad muy consciente sobre la democracia representativa. No se trata de completarla con la democracia participativa, lo que sería una demanda de la izquierda reformista. Los populistas se reservan el derecho a invocar al pueblo como titular último de la soberanía nacional cada vez que las instituciones de la democracia formal amenacen con desviarse de la "verdadera" voluntad popular. Si las cosas van bien para el gobierno populista, éste mantendrá a los movimientos sociales alimentados clientelarmente y sólo movilizados para los actos simbólicos. Cuando las cosas vayan mal, el pueblo volverá a las calles, plazas y caminos para enderezar las desviaciones de las instituciones políticas capturadas circunstancialmente por los enemigos del pueblo o en riesgo de serlo”. Como sostiene Jean Leca (1995): el esquema ideológico del populismo se asienta sobre dos principios: 1) La voluntad del pueblo identificada con la justicia y la moral prevalece sobre la norma institucional establecida por los hombres, y 2) los gobernantes sólo son buenos si se encuentran directamente vinculados al pueblo. De allí que la figura del líder luzca central para el análisis del populismo. Una de las tareas iniciales de todo líder populista será la de avasallar las fronteras que delimitan el accionar institucional, dejando en claro que nada puede ni debe interponerse en el cumplimiento de los altos objetivos del líder. Ese paso resulta fundamental en la construcción del liderazgo ya que deja en claro a los seguidores del líder, y a sus opositores, que nada se interpondrá en el camino del proyecto político en curso, reafirmando la confianza de aquellos y minando las fuerzas de quienes no estén dispuestos a sumarse a las columnas de sus seguidores. Buena parte de los procesos de estas características se montan, a su vez, en el odio al antiguo régimen, que aparecerá como el responsable de la ausencia de riqueza o de su mala distribución, convenciendo a las mayorías que un sector, interno o externo, se ha robado la parte de la riqueza nacional que les corresponde. Sobre el perfil del líder populista puede leerse en el trabajo de IDEA (2005), que el líder populista “tenderá a no crear instituciones asignadoras de poder y solucionadoras de conflictos entre actores para no hacerse prescindible. El populista es todo lo contrario al Príncipe de Maquiavelo que le aconsejaba hacerse prescindible creando instituciones. No tiene nada de la grandeza de Napoleón quien afirmaba: "los hombres no pueden fijar la historia, sólo las instituciones pueden hacerlo", y se dedicó a crearlas y duran hasta hoy. Los líderes populistas latinoamericanos sólo anduvieron estos caminos de manera muy incompleta e imperfecta. Sin embargo, la percepción propia como totalidad social, que excluye cualquier visión alternativa, condena inexorablemente al populismo a ir perdiendo en el tiempo su forma e identidad, también por aquello que sostenía la escritora Charlotte Morrow “…si un partido político se atribuye el mérito de la lluvia, no debe extrañarse que sus adversarios le hagan culpable de la sequía”. La necesidad de captar adherentes a cualquier precio va convirtiendo su inclusión indiferenciada en exclusión selectiva, hasta que en un momento los miembros del lado propio empiezan a perder su identidad y fuerza, en tanto que los del otro lado fortalecen inicialmente su identidad y posteriormente su cantidad, hasta llegar a disputar el poder político al hasta entonces hegemónico movimiento populista. No es casual, entonces, que la historia latinoamericana de las últimas décadas exponga crudamente una realidad en la que todo populismo tiene su final y todo líder su ocaso, que resultarán más o menos turbulentos en función de los resentimientos y los daños políticos y económicos que hubieran generado en su proceso de desarrollo. Se inicia entonces para sociedades anestesiadas en el sopor de la agenda única tecnopopulista y el acostumbramiento al poder de un liderazgo exclusivo y excluyente, la enorme tarea de iniciar el proceso de reconstrucción institucional y de recuperación del proceso de desarrollo democrático.
3.6 Legitimidad, Eficacia y Eficiencia Muchos de los procesos populistas en Latinoamérica están sostenidos por las buenas condiciones económicas imperantes en los mercados globales para los productos característicos de las economías latinoamericanas, que en algunos casos han triplicado su precio internacional (soja y petróleo fundamentalmente, pero también ha habido subas sustanciales en cobre, oro, plata, café, banano, etc.), en base a la creciente irrupción de China y la India en los mercados mundiales. Estas situaciones de la coyuntura del comercio internacional permiten a los gobiernos exhibir indicadores de la marcha de la economía que se consideran ejemplos de la eficacia y la buena administración Pero los excedentes económicos generados por estas oportunidades excepcionales han sido apropiados, bajo diversas formas, por los Estados nacionales y sus gobiernos, quienes generalmente no hacen un uso eficiente ni eficaz de la asignación y distribución de esos recursos, tal como queda demostrado en los niveles inexistentes de reinversión que son necesarios para multiplicar esas capacidades productivas nacionales. Por otra parte, varios de los países más pobres no se están beneficiando de la vigorosa demanda por sus productos básicos de exportación, ya sea porque su estructura comercial está fuertemente predispuesta hacia la exportación de materias primas con menor demanda o porque parte de las ganancias de precios de exportación más altos está siendo absorbida por las importaciones de petróleo y por el envío de beneficios a los países desarrollados. Por eso, uno de los más importantes desafíos es el de asegurar una distribución justa de los ingresos provenientes de la producción primaria y su uso adecuado en la financiación del desarrollo. El problema para los países más beneficiados por la actual coyuntura internacional es que, durante esta “bonanza económica” se irán acumulando compromisos y gastos para la burocracia estatal que quedarán como una pesada e inexorable herencia para quienes deban luego reordenar las instituciones, los presupuestos y las interrelaciones sociales. Las sociedades latinoamericanas enfrentan entonces, una situación compleja y dilemática entre: a) quienes sostienen que la autoridad política y la legitimidad institucional solo pueden funcionar bajo el paradigma populista de altos fines, líderes autoritarios, avasallamiento institucional y mecanismos clientelares; b) los que pretenden que democracias débiles e ineficaces sean sostenidas por los ciudadanos, aunque las instituciones den una respuesta escasa y en algunos casos nula a las necesidades de la población; y c) quienes deciden el camino nada fácil de la construcción piedra sobre piedra de una mayor solidez institucional, en base a una profundización de los derechos políticos y las libertades civiles, al incremento de la calidad institucional y la eficiencia política y a la potenciación del Estado para el logro de mayor bienestar y mejor eficiencia económica, como base para una mejor democracia. Como lo demuestran claramente algunos procesos políticos en la región -llamativamente los correspondientes a países que lideran el desarrollo democrático latinoamericano- el camino que no transita la turbulencia populista sin destino, ni la anomia democrática y lábil de repúblicas fallidas, es el que se sostiene en base a un aprendizaje acumulativo y acumulable de dirigentes y dirigidos en la búsqueda permanente del perfeccionamiento institucional y la eficiencia política. Este último camino es el que pretendemos sostener y promover. ---- v ---- Citas y Referencias : o Bellamy, C., & Taylor, J. A. (1998). Governing in the information age. Buckingham: Open University Press. o Burbano de Lara, Felipe. El Fantasma del populismo, aproximación a un tema siempre actual. Ecuador, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales-ILDIS. o Gambone, Larry (2003) “What is Populism?” Ed. The Red Lion Press, London. o Hagen, M. (1997). A Typology of Electronic Democracy. 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